"La vida no es esperar a que pase la tormenta,
es aprender a bailar bajo la lluvia..."

jueves, 31 de marzo de 2011

Tener y retener

Las realidades más grandes y más bellas,
tanto más las tendrás cuanto menos las poseas y retengas.

Si quieres tener el mar, ¡contémplalo!,
y abre tus manos en sus aguas y todo el mar estará en ellas.
Porque si cierras tus manos para retenerlo,
se quedarán vacías.

Si quieres tener un amigo peregrino,
déjalo marchar y lo tendrás...
porque si lo retienes para poseerlo, lo estarás perdiendo,
y tendrás un prisionero.

Si quieres tener el viento,
extiende tus brazos y abre tus manos y todo el viento será tuyo...
porque si quieres retenerlo te quedarás sin nada.

Si quieres tener a tu hijo,
déjalo crecer, déjalo partir, y que se aleje,
y lo tendrás maduro a su regreso...
porque si lo retienes contra su voluntad,
lo pierdes para siempre.

Si quieres tener el sol y gozar de su luz maravillosa,
abre los ojos y contempla...
porque si los cierras para retener la luz que ya alcanzaste,
te quedarás a oscuras.

Si quieres vivir el gozo de tener,
libérate de la manía de poseer y retener.
Goza de la mariposa que revolotea,
goza del río que corre huidizo,
goza de la flor que se abre cara al cielo.
Goza teniendo todo,
sin poseerlo, sin retenerlo.

¡Sólo así gozarás de la vida, sabiendo que la tienes sin poseerla,
dejándola correr sin retenerla!
FOTO: LAURA EYHERAMONHO

http://www.elixiresparaelalma.com.ar

viernes, 21 de enero de 2011

EL HORNERO leopoldo lugones(argentino)

Foto: Laura Eyheramonho

La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.

En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.

Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se la habrá puesto bermejo.

Elige como un artista
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.

Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.

Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando al cielo
en el agua de su lodo.
Por fuera la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un tosco y buen corazón.

Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.

La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.

La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.

Concluyó el hornero el horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.

Ya explora al vuelo el circuito,
ya, cobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.

La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.

Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo
su vajilla de cristal.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Cuento incluído en el libro: "Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol" de Eduardo Sacheri, año 2000 , ED: Galerna

Decime vos para qué cuernos te hice semejante promesa. Se ve que me agarraste con la defensa baja y te dije que sí sin pensarlo. Pero esta mañana, cuando me levanté, y tenía un nudo en la garganta, y una piedra que me subía y me bajaba desde la boca hasta las tripas, empecé como loco a buscar alguna excusa para hacerme el otario. Pero no me animé a fallarte, y a los muchachos los había casi obligado a combinar para hoy, así que no podía ser yo quien se borrara.
-¿A dónde vas? -me preguntó Raquel, cuando vio que a las doce dejaba el mate e iba a vestirme.
-A la cancha, con los muchachos -le dije. No agregué palabra. Ella, que no sabía nada, pobre, se moría por preguntarme. De entrada había pensado en contarle. Pero viste cómo son las minas. Capaz que las agarras torcidas y te empiezan con que no, con que cómo se te ocurre, con que yo que Rita los saco a escobazos, a vos te parece hacer semejante cosa. Y yo no estaba de ánimo como para andar respondiendo cuestionamientos. Por eso no abrí la boca. Y Raquel daba vueltas por la pieza mientras yo me ponía la remera y me ataba los cordones. Me ofrecía un mate más para el estribo. Me decía te preparo unos sandwiches y te los comés por el camino. Me seguía por la casa secundando mis preparativos. A la altura del zaguán no pudo más:
-Pensé que habían dejado de ir -me soltó. Me volví a mirarla. No era su culpa.
-Pero hoy vamos -respondí. La besé y me fui.
Eran las doce y cuarto. Llegué a lo de Beto a la una menos veinte.
-Pasa que estoy terminando de embolsar el papel. Dame una mano. -Me hizo pasar a un comedor sombrío, donde el rigor del mediodía de noviembre se había convertido en una penumbra agradablemente fresca.- Llená esa bolsa, que yo termino con ésta. -Lo obedecí. Al salir pasó llave a la puerta y me dio una de las dos bolsas para que cargara.- Metéle pata que llegamos al de menos cinco.
Con la lengua afuera subimos al tren y nos tiramos en un asiento de cuatro. Casi no hablamos en todo el viaje. Cuando bajamos, el Gordo estaba sentado en los caños negros y amarillos del paso a nivel. Nos hizo una seña de saludo y se desencaramó como pudo.
-Quedé con Rita que pasábamos una y media. Métanle que vamos retrasados. ¿Se puede saber por qué tardaron tanto?
-Cómo se ve, Gordo, que esta mañana no tuviste que hacer un carajo -le marcó Beto, con un gesto hacia las bolsas repletas de papelitos.
Caminamos las tres cuadras en silencio. Rita estaba esperándonos, porque apenas el Gordo hizo sonar el timbre nos abrió y nos hizo pasar a la sala. Nos turnamos para intercambiar besos y palmadas, pero después no supimos qué decir y nos quedamos callados. En eso se sintió ruido de tropilla por el pasillo, y entró Luisito hecho una tromba pateando la número cinco contra las paredes y vociferando goles imaginarios. Cuando nos vio, largó la pelota y vino a abrazarnos entre gritos de alegría.
-¿Te gusta, tío Ernesto? -me preguntó mientras estiraba con ambas manos la camiseta lustrosa que tenía puesta.
-Che, dejáme mirarte un poco. -Hice un silencio de contemplación admirativa.- Pero ya parecés de la Primera, Luisito. ¿Vieron muchachos?
Los otros asintieron con ademanes grandilocuentes.
-Andá a buscarte el abrigo, Luis -mandó Rita, y dirigiéndose a nosotros: -¿Toman algo, chicos?
-No, nena, gracias. Vamos un poco atrasados -respondí por todos.
-Vení, Ernesto, acompañáme.
Rita me hizo seguirla hasta el dormitorio, mientras el Gordo y Beto le tomaban lección a Luisito sobre la formación del equipo en las últimas dos campañas.
-La verdad, es que mucho no lo entiendo, Ernesto. Pero bueno, si te lo pidió habrá sido por algo.
Yo, para variar, no supe qué decir. Preferí preguntar: -¿A Luisito qué le dijiste?
Me miró con ojos húmedos -Le dije la verdad. -Y luego, dudando:- ¿Hice mal?
¿Y yo qué sé?, pensé. -Quedáte tranquila, nena. Hiciste bien -respondí.
Cuando volvimos a la sala, el Gordo me informó en tono solemne que el pibe se había trabucado únicamente con el reemplazante de Cajal entre la quinta y la décima fecha del torneo anterior.
-Por lo demás estuvo perfecto -concluyó sonriendo.
Nos turnamos para estrechar, ceremoniosos, la mano del aprendiz, que no cabía en sí del orgullo. Después nos despedimos de Rita y partimos.
En la esquina compramos una Coca grande. Nos la fuimos pasando mientras esperábamos el colectivo.
-El que toma el último sorbo, la liga -lancé.
-No seas asqueroso -me reconvino Beto.
-Y vos no seas pelotudo -lo cortó el Gordo. Valió la pena la chanchada sólo por verle la cara de repugnancia al pobre Beto. Como es de práctica en estos casos, el último trago se fue prolongando hasta límites inverosímiles. Y se cruzaron acusaciones recíprocas de: «¡Che, vos no tomaste, escupiste!», y otras por el estilo. El Gordo, en un acto de arrojo, terminó con el suplicio cerrando los ojos y bebiendo de un trago. Ahí Beto pudo desquitarse con cinco o seis cachetazos a la espalda monumental del otro. Luisito se reía como loco. Y yo por un ratito me olvidé del asunto que traíamos entre manos.
Bajamos del colectivo a cuatro cuadras de la cancha, en la parada de siempre. Eran las dos y media, más o menos.
-¿Alguno sabe cómo cuernos vamos a pasar los controles de la cana? -A veces Beto y su buen criterio me sacan de quicio.
-Dame una de las dos bolsas -le contesté haciéndome el impaciente.
Porque en el fondo tenía razón. Si nos paraba la cana, ¿qué decíamos? Disimulé el asunto cuanto pude, entre los rollos de cinta y papel de diario picado. Se la di a Luisito. Rita tenía razón, pensé. Mejor que el pibe sepa.
-Ustedes esperen acá a que entremos. Nos vemos en la puerta tres.
Si pasamos acá ya está, me dije mientras nos acercábamos al cordón policial. Caminábamos sin apurarnos. Mi mano descansaba en el hombro de Luisito. Me nacía llevarlo de la mano, pero como ya cumplió los diez pensé que a lo mejor lo ponía incómodo. A él lo revisó una mujer policía, que apenas hojeó por encimita el contenido de la bolsa. A mí faltó que me sacaran radiografía de tórax y me pidieran el bucodental, pero finalmente pasé. En el acceso mostré los carnets y seguimos viaje. Menos mal que había ido a pagar las cuotas atrasadas en la semana, porque cuando pasamos por la ventanilla vi que la cola era un infierno. Entramos a la cancha y me fui derechito adonde me pediste: contra el alambrado, debajo del acceso tres, a mitad de camino entre el mediocampo y el área. Un lugar de mierda, bah. Para el arco más cercano te da el sol de frente desde media tarde. El otro arco no se ve, apenas se adivina. Desde esa altura te lo tapa desde el juez de línea hasta el pibe que alcanza la pelota. Además, cualquier tumulto que haya en las gradas se te vienen encima y te dejan hecho puré contra los alambres. Pero al mismo tiempo es un lugar histórico: el único sitio que supimos conseguir aquella tarde gloriosa en que salimos campeones por primera (y hasta ahora única) vez en nuestra perra y sufrida vida. Por eso me lo pediste. Y por eso enfilamos para ahí apenas entramos.
Beto y el Gordo llegaron a los cinco minutos.
-¿Cuándo empieza la reserva? -preguntó el Gordo, que venía jadeando.
-En diez minutos -contesté.
-No es por nada, pero ¿vieron la altura que tiene el alambrado? -Beto seguía empeñado en su maldito sentido común.
-Ya veremos -lo fulminé con una mirada de no hinches más, te lo pido por lo que más quieras.
-Déjense de pavadas y vamos a jugar a algo. -El Gordo estaba decidido a cumplir los rituales adecuados. Se plantó contra el alambrado y nos invitó a acompañarlo.
-Ahora vas a ver cómo matan el tiempo los turros de tus tíos -le expliqué a Luisito.
-¿Cuál querés? -El Gordo le cedió la iniciativa a Beto.
-Dame al cuatro de ellos.
-Como quieras. Yo me quedo con el diez nuestro.
-¿A qué juegan, tío?
-Esperá -contesté-. Esperá y vas a ver.
Apenas empezó el partido de reserva le vino un cambio de frente al diez de nuestro equipo. Como la cancha es un picadero, la pelota tomó un efecto extraño y se le escapó por debajo de la suela.
-¡Dale pibe! -tronó la voz frenética del Gordo-. ¡A ver si te metés un poco en el partido! -El muchacho pareció no darse por enterado.
Al rato el cuatro visitante pasó como una exhalación pegado al lateral y tiró un centro precioso, aunque ningún compañero llegó a cabecearlo. Beto se colgó bien del alambrado e inició su participación en la competencia.
-¡Levantá la cabeza, pescado! ¡Hacé la pausa! ¿Siempre el mismo atorado? ¿Será posible? -Beto vociferaba mientras el cuatro intentaba volver a recuperar las marcas.
Luego el diez nuestro eludió a un par de tipos y largó la pelota a tiempo. Enseguida se volvió hacia el alambrado y buscó al que lo había increpado, como diciendo a ver qué pavada decís ahora. El Gordo no perdió tiempo.
-¡Por fin, muerto! ¡Por fin diste un pase como la gente, finadito!
Beto estaba nervioso. Su candidato estaba muy tirado atrás, y no frecuentaba nuestro territorio. El Gordo se encaminaba a una victoria indiscutible. Su hombre recibió el balón cerquita nuestro, lo protegió, y antes de que pudiera hacer más recibió la atropellada de un rival que lo dejó tendido encima de la línea de cal.
-¡Ma sí! ¡Lo mejor de la tarde! ¡Partílo en dos, total, pa' lo que sirve...! ¿Qué hacés juez? ¿A quién vas a amonestar? ¿Por qué mejor no lo echas al petiso ése, que tiene menos huevos que mi tía la soltera?
El diez, pobre pibe, saturado, apenas se puso de pie se acercó al alambrado, lo ubicó al Gordo y le vomitó todos los insultos que pudo antes de que el línea lo llamara al orden. Era el final.
-¡Tiempo! -gritó el Gordo, con los brazos en alto-. ¡Beto, pagá los panchos!
-Si serás turro, Gordo, no te gano desde el año pasado...
-Es una ciencia, pibe, es una ciencia -agregó el Gordo con aires de importancia, mientras se sacaba la camisa empapada en el sudor del esfuerzo.
La verdad es que mientras los escuchaba me divertí de lo lindo. Creo que hasta por un momento me olvidé de toda nuestra tormenta, de toda la bronca que teníamos adentro, de toda la rabia que juntamos desde abril hasta la semana pasada. Pero apenas volvimos de comprar los panchos y nos tiramos en las gradas a comerlos, el asunto se impuso en todo su tamaño.
-Vamos a tener que hacernos caballito -de nuevo la voz de Beto, llamándome a la realidad. Miraba el alambrado de arriba a abajo, tratando de calcular la altura-. Está mucho más alto que cuando dimos la vuelta, ¿no?
-No, lo que pasa es que ahora sos quince años más viejo, nabo. -El Gordo era un optimista de raza, no cabían dudas.
-Déjate de joder, que hablo en serio. Cuando salimos campeones nos hicimos caballito y saltamos enseguida. Y aparte no estaba el de púas arriba de todo. ¡Mirá ahora!
-Tiene razón, Gordo -intervine-. Por las púas no te preocupes. Para eso me traje la campera gruesa. Lo que me da miedo es la cana. No nos van a dejar ni mamados.
Pero el Gordo no era hombre de dejarse derrotar rápidamente.
-¿Y vos te pensás que con la gente que va a haber a la hora del partido se van a andar fijando? No te calentés, Ernesto.
-Ojalá, Gordo. Ojalá sea como vos decís.
-La única es hacerlo rápido, en medio del kilombo de la entrada. -Beto hablaba mirándose los zapatos. Estaba tenso.
-Creo que Beto tiene razón -concedí-. Igual tenemos que apurarnos.
Terminamos los panchos y volvimos al alambrado. La cancha se iba llenando de a poco. Pensé que era una suerte. Porque así, a cancha llena, era mejor. Somos una manga de ilusos, me dije: ganamos tres partidos y venimos como chicos a esperar que rompan la piñata. Cuando terminó el preliminar, la gente que estaba sentada tuvo que pararse porque ya no se veía nada. Habían llegado las banderas. Un par de pibitos las ataban en la parte alta del alambrado. Estaban sonando los bombos. De repente, un cantito nació del codo más cercano a la platea. La gente empezó a prenderse. Nosotros también cantamos. Cuando Luisito se sacó la camiseta y empezó a revolearla por sobre su cabeza, y le vi los hombritos pálidos y las pecas, retrocedí treinta años, me acordé de vos y me puse a llorar como un boludo. Beto me pegó dos bifes y me sacudió la melancolía:
-No seas imbécil, a ver si te ve el pibe.
El Gordo cantaba como un poseído. Desde el codo llegó otro canto a encimarse con el primero. Pero ahora la gente saltaba. Y yo sentí esa sensación indescriptible de estar en una cancha envuelto por el canto de la hinchada nuestra, el vértigo del piso moviéndose bajo los pies y ese canto que cinco mil tipos vociferan desafinados pero que todo junto suena precioso, como si hubiesen estudiado música.
Corrieron la tapa del túnel y el Gordo hizo una seña. Se plantó bien firme sobre las dos piernas abiertas y se agarró fuerte del alambrado. Beto se le trepó como pudo, escalando la carne rosada de la espalda del otro.
-¡Aaaaayyyyyy! ¿Para qué mierda venís a la cancha en mocasines, tarado?
-¡Calláte y quedáte quieto, Gordo, que me estoy cayendo al carajo!
-¡Metánlé, metanlé! -Yo miraba para todos lados buscando a los canas, pero no se veía nada.
Beto llegó por fin hasta los hombros del otro, atenazó el alambrado con las manos finitas y me gritó que subiera. Me di vuelta hacia Luisito, que interrumpió la revoleada de camiseta para darme un abrazo tan fuerte que me temblaron de vuelta las piernas.
-Gracias, tío -me dijo. ¿Te das cuenta, el mocoso? Va y me dice gracias, tío. Y yo con esta cara de boludo, llorando como una madre, semejante grandulón de cuarenta y tres pirulos, pelado como felpudo de ministerio, socio conocido y respetado de la institución, subiéndome a babuchas de un gordo que insulta en dos idiomas mientras sostengo entre los dientes una bolsa de papel picado.
Pero por otro lado, mejor, porque el llanto y la sensación de ridículo me lavan, ¿entendés?, me purifican. Porque mientras le piso la cabeza al Gordo suelto una risita al escuchar su puteada, y mientras flameo a punto de caerme, y me agarro como puedo de la camisa de Beto y siento cómo ceden las costuras, empiezo a ver la cancha como aquella vez, hasta las manos de gente, ¿te acordás? Un gentío increíble, mientras subíamos al alambrado para tirarnos a dar la vuelta. La soñada, la prometida, la imprescindible vuelta olímpica que nos juramos dar cuando fuimos por primera vez a la cancha los cuatro, un miércoles que nos rateamos de séptimo grado, y aunque perdimos tres a cero dijimos «el fin de semana volvemos», y volvimos a perder como perros, pero de nuevo juramos «hasta que salgamos campeones vamos a seguir viniendo». Y ese día, el glorioso, vos me decías: «¿Viste, Ernesto?, ¡mira lo que es esto, mira lo que es esto!», y desde lo alto del alambre me mostrabas las dos cabeceras llenas, el hervidero del sector Socios, la platea enloquecida. Y ahora es casi igual, porque mientras me acomodo en los hombros de Beto y trato de recuperar el aliento veo a todo el mundo saltando y gritando, y escucho los petardos, y veo las banderas que brillan en el sol de noviembre y es casi lo mismo, porque viendo la cancha así pienso que si salimos campeones una vez podremos salir de nuevo, y me duelen los dientes de tan apretados que los tengo sobre la bolsa pero no me importa, ni me importan los cuatro policías que vienen abriéndose paso entre la gente para bajar a esos tres boludos que se creen equilibristas soviéticos. Porque al final entiendo todo, porque ahora se me borra el dolor de tu ausencia, o mejor dicho ahora te encuentro, y me parece que todo cierra, que nos rateamos en séptimo y que vinimos en las buenas y en las malas y que te enfermaste y que me pediste y que te prometí solamente para esto, para que yo me estire y me agarre del alambre de púas y con la mano libre abra la bolsa y hurgue en el fondo y encuentre bien guardada la cajita. Para que vocifere dale campeón, dale campeón, junto con el Gordo, con Beto, con Luisito y con los otros cinco mil enajenados; para que la abra mientras miro al cielo y al sol que se recuesta sobre la tribuna visitante, para que entienda al fin que allí te vas y te quedás para siempre, en ese grito tenaz, en ese amor inexplicable, en las camisetas que empiezan a asomar desde el túnel, y en ese vuelo último y triunfal de tus cenizas.

sábado, 21 de agosto de 2010

Historia del bolso

…El primer bolso probablemente fue un puñado de pieles atadas a un palo, un receptáculo provisional para alimentos y yezca.  A partir de esos humildes orígenes, el bolso ha prosperado en todo tipo de formas, colores y materiales imaginables. El más antiguo de este libro, una bolsa del siglo V procedente de Escitia, se llevaba colgando en la cintura. Desde el Coliseo Romano hasta las cruzadas, la bolsa monedero cerrada por un cordón fue la más utilizada tanto por hombre como por mujeres.
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La innovación de un armazón metálico aumento el tamaño y el volumen de la bolsa, pero seguía llevándose en la cintura o de las caderas y quedaban muy elegante sobre los ornamentales corsés que llevaron las mujeres de los siglos XIII al XV. En la Edad Media  los bolsos eran andróginos y solo se distinguían por pequeñas variaciones ornamentales o de contenido peculiar para cada sexo.
El culto por el diminuto y adornado bolso para la dama con estilo empezó con la limosnera, un vistoso monedero para llamar la atención hacía los despliegues públicos de generosidad…

Se desconoce con exactitud desde cuando existen los bolsos ya que no se han conservado referencias históricas que reflejen con veracidad la fecha de su creación. Sin embargo, se puede afirmar que ya en la prehistoria se usaban instrumentos similares. Todo ello se deduce de algunas pinturas rupestres halladas en las que se aprecia dibujos de figuras femeninas portando objetos parecidos a bolsas. Según se cree, es posible que el hombre nómada hubiese desarrollado el bolso para poder transportar el alimento que cazaba o recolectaba durante sus desplazamientos; usando para ello la piel de los animales que consumía.
Desde entonces, el bolso se convirtió en un elemento importante para la vida cotidiana por su gran utilidad. Así, en la Biblia lo podemos encontrar citado en el Libro de Isaías capítulo 3:18 (aproximadamente del año 750 a. C.) que dice:
En aquel día el Señor quitará los adornos de los tobillos, las diademas, las lunetas, los aretes, los brazaletes, los velos, los adornos de la cabeza, los adornos de los pies, las cintas, los frascos de perfume, los amuletos, los anillos, las joyas de la nariz, las ropas festivas, los mantos, los pañuelos, los bolsos, los espejos, la ropa íntima, los turbantes y las mantillas.
Las alforjas están íntimamente relacionadas con los bolsos ya que aquéllas son las antecesoras de éstas. Las alforjas se diferencian en que eran unos sacos de tela cortos y anchos y con forma cuadrada que eran usados para transportar cerámica, alimentos y o

Clases de bolsos

  • Bandolera (Uso impropio): Bolso que incluye una tira de tela (u otro material) de un extremo a otro y que se lleva colgada del cuerpo de forma transversal, pasando la cinta pecho y espalda desde un hombro hasta la cadera contraria.
  • Bolso de mano: Es el más frecuente. Refiere al que tiene asas y se usa de forma habitual para llevar objetos de uso frecuente.
  • Bolso de Viaje, Bolsa de Viaje o Bolso: Bolso de gran tamaño usado para viajar. Sirve para transportar camisas, pantalones, zapatos, etc.
  • Carriel: Bolsa de cuero masculino en la región paisa colombiana desde los tiempos de la colonización.
  • Cartera (España): Hecha en cuero o tela, se usa por los colegiales para transportar libros y similares.
  • Monedero: Bolso de dimensiones reducidas cuyo propósito es el de guardar monedas (imagen: Moneder hecho con un Bufo marinus).
  • Petate: Bolsa alta y con forma redonda usada para transportar enseres personales. Usado normalmente por los militares.
  • Riñonera: Pequeña bolsa rectangular con dos tiras de tela en cada extremo que se sujetan alrededor de la cintura, quedando localizada en la zona lumbar (a la altura de los riñones). En origen, era utilizada por los ciclistas.
  • Vade o Portafolios: Bolsa diseñada para el transporte de folios y documentos normalmente realizada en cuero. Es similar a una carpeta.

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miércoles, 11 de agosto de 2010

MIRAR PROFUNDO


 
 
Mil estrellas cubren tu rostro
cubriendo los contornos que deseo descifrar.
Una mirada taciturna e intensa,
revestida de un manto de mil temores,
tornando impenetrable la entrada del alma.
Eres magia sin varita ni sombrero.
De tus recodos silentes afloras mil capullos convertidos
en frases, seduciendo el alma de una mujer,
que siente en la piel, la vid del Amor.

Alguien que se pregunta en silencio,
que hacer juntos en una noche de invierno.
Mientras una chimenea encendida da caloral intenso frio
desprendiendo mil chispas de lumbres que se elevan
mientras el fuego va reduciendo los leños secos,
en intensa brasa que arde cual dos cuerpos anhelantes.
Absorbiendo el alma ante cada mirada cómplice y picara.

Una melodía sutil que envuelve y se adentra en los deseos
un dulce aroma que impregna el ambiente.
Unos labios que se complacen en interminables besos
pretendiendo en cada uno beber la miel
y la vida plena entregada sin resquemores.

Alguien que con el ser de seductor unta sus dedos
en aceite de flores, recorriendo el cuerpo
con la sutileza de un pétalo de flor silvestre,
yaciendo sus manos en un leve tiempo sobre el rostro de quien desea.
Apeteciendo sentir el pecho estremecer junto al suyo
mientras respira el mismo aire
que brota en agitadas bocanadas
ante el estremecer de las caricias.

domingo, 1 de agosto de 2010

NO TENER AMIGOS PUEDE SER PERJUDICIAL PARA LA SALUD...

«Quien tienen un amigo tiene un tesoro», dice el refrán. Lo que no sabíamos es hasta qué punto. Científicos estadounidenses aseguran que las personas con buenas relaciones sociales tienen una vida más larga que los solitarios. Su capacidad de supervivencia es hasta un 50% superior, según publican en la revista PLoS Medicine. Los investigadores aseguran que una vida retraída, sin nadie alrededor con quien compartir experiencias, supone un factor de riesgo equivalente a fumar quince cigarrillos al día o tener una adicción al alcohol.

Los investigadores de la Universidad de Brigham Young (Utah, EE.UU.) examinaron 148 estudios sobre relaciones sociales y mortalidad en los que participaron 308.000 personas cuyas vidas fueron seguidas durante 7,5 años. Los estudios medían las relaciones de distintas maneras. Algunos simplemente atendían al tamaño del círculo social del individuo, y si estaba casado o no. Otros tenían en cuenta las percepciones de cada persona sobre su vida social, y otros se interesaban en qué medida cada uno se sentía integrado en su comunidad.

En todos los casos, y con independencia de la edad, el sexo, el nivel de salud inicial y la causa de la muerte cuando se producía, los investigadores detectaron que aquellos que mantenían vínculos sociales más fuertes tenían una tasa de supervivencia superior.

Julianne Holt-Lunstad, coautora del estudio, cree que las relaciones pueden influir en nuestra salud y, por tanto, también en la duración de nuestra vida, de múltiples formas. «Si sabemos que tenemos gente alrededor con la que podemos contar, los sucesos potencialmente estresantes de nuestra vida nos lo parecerán menos, porque sabemos que podremos manejarlos», explica. Además, nuestros amigos pueden animarnos a tener hábitos más saludables, como comer mejor, hacer ejercicio o visitar al médico si nos ven con mala cara. De igual forma, si nos sentimos responsables de otras personas, tendemos a asumir menos riesgos y a cuidarnos mejor a nosotros mismos.

domingo, 25 de julio de 2010

COMPARTO CONTIGO- Omar Alberto Santos

  Comparto contigo
el cántaro
de los niños,
la lluvia del jueves,
el sueño donde
bajábamos
del manzano,
llenos de benevolencia
y altas canciones.
Comparto contigo
la beatitud y la congoja,
también la mesa
donde crecían tus palabras
e iniciaba el bosque
de los grandes
proyectos.
Comparto contigo
la charca del viudo,
el jardín de los locos,
y el gato de la bruja
que vigila día y noche
la belleza de tu retrato.
Y has de entender que si soy
pacífico y lleno de respeto,
cuando te atrevas, 
cuando reconozcas el sicómoro
y el piano de la vecina,
atraviesa la barda,
también te saludo,
que comparto contigo
la soledad de mi mano,
 el pan duro
 y el perdón.